-Aaah, las irónicas pruebas que la vida te pone enfrente...- dijo el pibe, y se hundió aún más en el sillón.
¿Cuándo había empezado a perder sentido todo lo que pensaba? ¿No habrá sido cuando tiraron su sueño abajo? Ah no, tal vez cuando comenzó a mortificarse con eso de "Me tengo que portar bien cuando salgo a bailar". Pero portarse bien no era tomar tequila, tranzar con cualquiera... no, eso no es portarse bien. ¿Pero acaso importaba?
-Claro que no importa- susurró. No había nadie alrededor, pero se había acostumbrado a hablarle a su propia cabeza.
No, no importaba. En ese momento nada podía importar, tirado en una posición que emulaba una especie de satírica hibernación, haciendo zapping sólo para que sus retinas reaccionaran ante algo (la televisión a la noche lo aburría) y chequeando el celular a cada rato sabiendo que no iba a haber ningún mensaje nuevo. Y claro... uno estando ebrio no puede escribir mensajes. Por eso es irónica la vida: el que se emborracha no puede escribir (y en algunos casos ni siquiera se acuerda de mensajear) y no se bajonea aunque sea el que más motivo para hacerlo tiene, y el que espera el mensaje sintiendo que el mundo entero está sintiendo la misma ansiedad que él... no recibe nada. Y se bajonea no teniendo motivo alguno.
Ahora, ¿era irónico todo eso o no? Era tan irónico que ese pibe gastaba a la palabra "irónico". Incluso eso era irónico. Que no hubiera más palabras para describir la ironía con que se dan las cosas. Ese día la culpa de todo era de los que escriben los diccionarios y, por extensión, lo que debemos decir. Nadie le decía qué decir, así como nadie le decía que tenía que deprimirse en ese sillón. Sin embargo lo hacía.
-Aaah, las irónicas pruebas que la vida te pone enfrente...- dijo el pibe, y se hundió aún más en el sillón.
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